El maestro del dibujo no cree serlo.
Metido en alguno de sus sueños, crea el
personaje que hoy lo va a salvar de no caer en el intento. Los ojos envejecen de experiencia
desvinculándose de su entusiasmo desvergonzado,
algo juvenil incluso, como la sonrisa astuta
ante una buena idea que pasa por su cabeza.
Su mirada se evapora justo ante la tuya.
El maestro del dibujo no cree serlo, extraño
en este mundo, mimetiza con el suyo convirtiéndose en unos trazos de colores,
en un lápiz y en un papel, en uno de ellos…
Y a todo color, o en blanco y negro, en
escenas lentas, delicadas, elaboradas, puede volar, puede viajar por universos
inventados, puede vagar por la inmensidad de su cabeza, puede incluso llegar a
comprender, a vencer, a llegar lejos. A no estar limitado.
El maestro del dibujo no sabe que lo es.
Y si lo miras a los ojos pensarías que es uno
de ellos…
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