(Cabezas altas... siempre)
Estampados
sin instrucciones a esa recta empinada, donde nadie nos avisó de lo alto o lo bajo que podíamos
caminar, malabarismos en cables poco tensos.
Insatisfacciones
acumuladas. Días de todo, semanas de poco. Noches de encuentro donde las
conversaciones giraban en torno a un momento único de conexión, llegando a los
mismos estados, a los mismos sentimientos. Al punto de inflexión donde muchos nos hallábamos buscando cómo salir de esa recta
sin torcernos demasiado.
Sobrevivir
a un país impuesto que nadie había elegido, sólo esos pocos que parecían
estaban en otra dimensión, no oían nada, prohibiendo todo, hasta llevar una
chapa de tres colores en tu camiseta. Lo absurdo en todo su apogeo. Y ya no
entendíamos nada.
Elegir
dejar de hacer o hacer otra cosa se había convertido en un imposible, dar un paseo era una garantizada caída por
las escaleras y el daño nadie te lo iba a reparar, sin sanidad, ni educación,
ni manos que agarrar, ni un algodón que ponerte en la herida.
Y a los de
los veinte, esos que venían detrás, no sabemos qué decirles, ya no somos un camino a seguir, pues nos cerraron todas las puertas que a
nuestros padres y abuelos tanto les costó abrir. El camino de piedras quedó y
de líneas azules, pagar por avanzar, pagar por todo a base de lo que nos van
quitando.
No nos
sirve ese teatro impuesto, esos lujos que bien aliviarían a esa gente que tanto
dicen quieren ayudar y que jamás se han asomado a ellas… Desde su dimensión no
se ve la calle, esa que limpian para pasearse, para no tropezarse con el mundo
real… Su rigor, nos lo pasamos por nuestra cultura y educación.
Y ahora nos
toca a esas décadas unidas inventar nuevas puertas y no cerrar nuestras bocas…
No hay comentarios:
Publicar un comentario