Hipnotizada la mente, quiso quemar sus miedos. Sin poder arrojarlos al fuego, nunca salieron de sus pensamientos.
En silencio la angustia de las cosas que nadie va a entender, descansó de ese vaiven de su propio cuerpo. Algo quemaba por dentro.
Rota la prisa, cesó aquello que le recorría (el cuerpo, el alma quizás), ni siquiera sabia qué era, qué forma tenía, pero debía ser muy muy feo, pensó.
La calma, la luz de las cosas, las cosas... y esa luz que casi nunca veía encendida.
El círculo de las palabras que bailaban de su cabeza al suelo... una y otra vez, quemando.
(Algún día lo encontraría, desde entonces siempre lleva una caja de cerillas en su bolsillo... yo también, por si a caso)
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