Hoy alguien me ha dado sin querer esta idea: compartir poco a poco cada relato de mi libro primero, ¿por qué? Porque no todo el mundo puede comprar libros... así de sencillo, y he pensado por qué privar a quién quiere leerte, ¿por el vil metal? No puede ser, no escribo por dinero evidentemente...
Agradezco la sincerdad, prefiero que me lo pidan de este modo a que haya gente que compre mis libros y no los lea...Por lo que me he decidido por ir colgándolos en este maravilloso espacio y compartirlos con mis fieles lectores y aquellos que se animen a leerme:
En un banco cualquiera sentada, de una plaza sevillana cualquiera, fumando un cigarrillo observando la gente pasar... a lo lejos una señora mayor, un poco sucia , tal vez olvidada por alguien, por muchos, por nadie... Da de comer a unas palomas que picotean las migas de pan que ella les va echando. Cuando acaban el festín, todas echan a volar en distintas direcciones, dejando a la anciana sola con su bolsa de pan vacía; sola, otra vez sola. Y con la soledad, en medio de la plaza muy quieta, comienza una lluvia de recuerdos en su cabeza. Sin duda es una mujer emblemática, pero todos pasan por su lado con indiferencia, mientras ella se va hundiendo un poco más en su miseria. Mientras el cigarro me consume, otra imagen llama mi atención. Esta vez se trata de un hombre bastante mayor, me sorprende que no lleve bastón. Se va acercando, mira un poco, muy despacio dice: “ me voy a sentar un ratito aquí a tu vera” ; le hago sitio, se acomoda y deja a su lado el “Diario de Sevilla”. Comienza a hablar: “hay que ver con 86 años...”, asiento con la cabeza. Él está perdido en la nada, yo, mientras habla, me pierdo en sus ojos pequeños, hundidos, llorosos y a la vez sin lágrimas, pienso que en mejores tiempos fueron unos ojos azules inmensos ahora apagados por el paso de la vida. “Me caí el otro día por las escaleras”, se quita su boina ya gastada y me deja ver una brecha considerable, me sorprendo. Vuelve a colocarse la boina con sus guantes medio rotos. “Estoy solo”... Y me cuenta que ya es bastante con 86 años, comenta algo sobre la guerra, sobre Franco, se lamenta. Casi no puedo oírle, se confunde entre sus palabras. Se calla, pasa por delante de nosotros un perro jugueteando, “mira ese, ni siente ni padece”, comenta quizás deseando lo mismo. De vez en cuando se mira las piernas, las mueve un poco, orgulloso de que aún le hagan un poco de caso. Yo lo miro con lástima, él no me ha mirado aún. Sigue mirándose las piernas y me dice que no es lo mismo tener 20 años que 90. ...” Y estoy solo “, “mis hijas en Madrid y yo solo”. Me conmueve, pobre hombre relegado. No hablo, no digo nada, no tengo nada que decir, sólo puedo escucharle y asentir. Él no quiere mi compasión, ni oír mis comentarios, él no necesita mis palabras, él sólo quiere que le escuche, sólo busca una presencia; pero ya no está para escuchar, quiere desahogarse porque está solo, solo. Y la soledad es tan mala, y en su vejez le atrapa, sabe que ya no escapará, la soledad a su edad es indeleble, sabe que se lo llevará con ella, no sabremos dónde. “Voy a tomar algo caliente al bar”, se va levantando como puede, yo le acerco el periódico. Se gira un poco y se despide: “José para servirle”. Le sigo con la mirada mientras le veo alejarse. Me deja pensando en la vejez, en la soledad que le acompaña a ésta si los tuyos te dan de lado porque eres un estorbo, una carga; porque nadie se quiere ocupar de ti cuando tú les dedicaste media vida para hacer de ellos las personas que hoy son, esas que han olvidado tan pronto... Y sumida en mis pensamientos oigo un alboroto que me devuelve a la realidad. A lo lejos la multitud, alrededor los curiosos, de repente la ambulancia haciéndose paso, y es entonces cuando puedo ver el cuerpo de José que yace sin vida sobre el asfalto. Y recuerdo lo que me dijo hace un rato: “mira ese, ni siente ni padece”.
Don José, TODOS Y YO,
Rocío Guzmán, Publicaciones Acumán 2006
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